“Dame
tu silencio perenne,
Y tus
ojos profundos en la noche
Y tu
tranquilidad ante la muerte.”
Augurios,
Rubén Darío
Prólogo
Una fina neblina color carmesí se expandía a raz de la
tierra. Cadi esquivó con presteza aquella ponzoñosa destilación y corrió a
través del bosque. Los árboles se agitaban suavemente con el vaivén del viento.
Lamentó tener que dejar aquellos seres a su merced, pero debía encargarse de llevar
el mensaje a las altas montañas.
Se dejó llevar a través de las ramas y esquivó unas
cuantas raíces que sobresalían a través de la maleza. Evitó mirar atrás. No
quería saber qué hacía aquella extraña y turbia neblina que auguraba
catástrofe. Su extenso cabello color ónix se agitaba tras de ella como un
borrón incomprensible cuando los
animales giraban para observarla. Su intuición le decía que debía continuar con
su viaje a como diera lugar. Aquélla etérea bruma no era algo que pudiera
vencer con las flechas envenenadas dentro de su carcaj. Sujetó su arco con
fuerza, como para asegurarse de que estaba a su alcance. Sacó la daga que
guardaba en su cinturón y rompió con esta la maleza que se interponía.
Finalmente llegó al riachuelo y corrió río arriba. Un
espeso enramaje detuvo su camino tras unos diez minutos de travesía. Ella
respiró con fuerza, cerró sus párpados y apoyó sus manos sobre aquél cerrado
círculo de árboles. Las figuras color esmeralda marcadas en sus manos se
agitaron con vehemencia cuando recitó las palabras sagradas. Las ramas de los
árboles se contorcionaron hasta abrir el pequeño arco para ella. Con paso
firme, entró al pequeño santuario de las ondinas.
Una cascada de gran magnitud se imponía sobre un amplio
lago de aguas claras. En él, varias ondinas jugueteaban con fervor, como era su
naturaleza. Cadi se apresuró hasta llegar al lugar donde se encontraban. Bajo
la sorpresa, las jóvenes ninfas se escabulleron hasta el fondo del lago. Otras,
presas de la curiosidad, asomaron sólo la mitad de su rostro. Tras unos
segundos, una imponente ondina se levantó sobre las otras. En su cabeza llevaba
una ornamentada corona llena de objetos marinos. Su cabello, de un tono zafiro
con cerdas color plata se agitó bajo la brisa a medida que se secaba. Su piel
brillaba con un tono iridiscente y las gotitas se escurrían con suavidad a
través de su piel nívea. Llevaba alrededor de su cuerpo una fina tela gasa que
apenas cubría su cuerpo como amplias
enredaderas; caía enrollada alrededor de sus brazos y se arrastraba tras de
ella como una cascada cuando caminaba fuera del agua. El fino velo se deslizaba
sobre el agua reptando como una serpiente. Sus grandes y curiosos ojos la
observaban con aquella mirada color turquesa sin pupila que tanto reconocía. Ella
acomodó su carcaj a medida que la Reina Lunae extendió sus brazos y le cubrió
con ellos. Ella recibió su saludo con respeto cuando retiró sus brazos.
Qué
deseas, Cadia del ónix, proveniente de los bosques Sur.
Su voz se oyó como un eco prolongado dentro de su mente,
arrastrando con suavidad las palabras, como una ola de mar. Ella se arrodilló e inclinó el rostro hacia la
imponente figura que se cernía sobre ella. Las gotitas cristalinas caían sobre el
delicado rostro de Cadia cuando el viento agitaba su tul en dirección a ella.
-Discúlpeme, majestad, pero he traído hasta usted palabras
de mal augurio. Es de vital importancia que éstas palabras lleguen intactas
hasta las altas montañas puesto que me es imposible abandonar el bosque– Las
ondinas soltaron un suspiro de sorpresa y se agitaron en el agua. La Reina
continuó con su mirada impávida sobre Cadi y asintió con lentitud.
Que así
sea, elfo del bosque. Mi mejor alíada se encargará de que tus palabras lleguen
más rápido que tu, inclusive, y se conservarán intactas tal cual como tú lo
demandaste. Por ende, elige bien tus palabras.
Una pequeña pero ágil ondina de cabello rubio verdoso se
acercó hasta Cadia y posó sus delicadas manos palmeadas sobre la hierba
adyacente al lago. Su piel, de un suave tono celeste, resplandeció al entrar en
contacto con los rayos del sol. Se acercó a la pequeña y con voz clara y
fuerte, respondió:
-Cadia del ónix, mensajera y guardia de las praderas del
bosque sur, lleva hasta los Reyes del Eoden las palabras que se escucharán.-
Cadia respiró fuerte y claro, esperando que aquél mensaje lograra dar una idea
concreta de lo que sucedía. Aún resistirían, pero la caída sería inminente si
no recibían ayuda. Las ondinas estaban tan quietas como estátuas y el agua sólo
se agitaba por las leves ondas que aún reverberaban en el lago. Ninguna logró
esconder su estado de conmoción cuando Cadi logró pronunciar las últimas
palabras – La oscuridad ha caído sobre el
bosque Sur.